La Virgen, mi madre (reflexión católica)

 La Virgen, mi madre.

Qué mejor que hoy, día de la Asunción de la Virgen María, hablar un poquito de Ella:

La Virgen es una de las diferencias entre católicos y protestantes. Es alguien muy importante, pues es nuestra madre, y, ¿acaso la figura de madre no es importante en una familia? Muchas veces lo damos por hecho pero, realmente, parémonos a pensar: la madre de Dios es también la nuestra.

Una persona a la que queremos tanto, una madre, nos costaría compartirla con otros. Muchas veces hasta nos cuesta compartirla con nuestros hermanos. Dios, sin embargo, es Amor infinito y nos da a Su madre. Y no nos la da en un momento cualquiera, sino cuando está muriéndose en la Cruz.  Simplemente brutal. 

“Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”.
Juan 19:26-27

Dios nos da a Su madre porque nos ama, para que también nosotros, como Juan, la recibamos en nuestra casa. Por eso tenemos que cuidarla. ¿Cómo? Hay millones de formas de hacerlo, pero te voy a dar tres ideas:

1. Acuérdate de rezarle. Muchas veces nos es más fácil hablar con Jesús porque es Dios, pero hablar con la Virgen es igual. Es cuestión de rezarle también a Ella. A lo mejor rezar un Rosario entero al día te parece mucho, pero siempre puedes repartirlo estilo: “un misterio por la mañana, otro en el autobús, otro…” Puede parecer difícil proponerse rezarlo todos los días así de primeras, pero si no también puedes ir poco a poco. No se trata de el tiempo que le dediques, sino el amor que pongas en ese tiempo.

El Rosario es un regalo si lo ves desde la perspectiva de “¡Qué fuerte que la Virgen me elija a mí para ir recorriendo toda la vida de Jesús con Ella, me necesite a mí para consolarla!”. Y al igual que el Señor te llama por tu nombre, la Virgen te elige a ti. Como es nuestra Madre, conoce bien nuestro corazón, nos conoce a cada uno de nosotros. 

2. Hazle regalitos. Los “regalitos” son pequeños detalles en el día a día que guardas en secreto entre Ella y tú. Por ejemplo, poner la mesa, meter o sacar el lavavajillas, barrer el suelo… Todas estas cosas diarias en las que se puede ayudar, pero sin decírselo a nadie, para que sea más especial. 

3. Ofrécele el estudio, el trabajo, lo que más te cuesta, eso en lo que te piden ayuda y no te apetece nada… Una vez que lo ofreces se convierte en algo mucho más bonito, como todo lo que dejas en sus manos. Le puedes hacer reina de tu día a día, porque Ella gana todas las batallas.

La Virgen se preocupa por ti, Ella también espera que le respondas a “¿Qué tal tu día?”, que le digas piropos, que te dejes ayudar por Ella, que aprendas de Ella, que la tomes como modelo... Tal y como haces con tu madre ¡qué menos que con María! Ella es la mejor modelo que podemos tener porque es humana y perfecta. Recalco que es humana para que nos demos cuenta de que Ella también pasó por lo que nosotros pasamos. En las situaciones en las que vamos a actuar de una forma y, quizá es mucho mejor pararse a pensar “¿Cómo lo haría María?”, porque Ella también estuvo así. Es difícil acordarse, pero cuando lo haces te das cuenta de que haces lo correcto. ¿Y por qué lo correcto? Porque Ella supo no conformarse con lo mínimo, sino apuntar a la cima más alta; con una sonrisa, una alegría, una confianza en Dios en modo a tope; VIVIR a saco y con valentía.

¿Alguna vez te has preguntado si María tuvo miedo? Yo me imagino que sí. La valentía no es la ausencia de miedo, sino el afrontarlo sin eludirlo. Los miedos nos modelan, pero sobre todo nos dan una oportunidad para superarlos con valentía. Con Dios no tenemos nada que temer, y Ella lo sabía bien, por eso supo elegir compartir el peso en vez de llevarlo sola. Lo cierto es que Él no está ahí solo para las penas, sino que nos acompaña siempre. Siempre pensamos que tenemos que hacer las cosas por Dios y para Dios, pero también debemos hacerlas con Dios.

“Sed firmes y valientes, no temáis ni os aterroricéis ante ellos, porque el Señor tu Dios es el que va contigo, no te dejará ni te desamparará”.
Deuteronomio 31:6

Para superar los problemas que se nos planteen tenemos que confiar en Dios, confiar en que no estamos solos y que Él está con nosotros, confiar en que hay alguien que nos sostiene y que nuestros miedos pueden desaparecer por ello. Ya he escuchado varias veces eso de que “las batallas más duras se las deja a soldados fuertes” y es que si Dios te pone algo por delante es porque tú puedes superarlo. 

Cuando se nos presente una dificultad tenemos que luchar por superarla sin dejarnos vencer, sin intentar esquivarlo. El pecado siempre nos da ese intento de escape, que es más falso que otra cosa, y lo contrario al pecado al pecado es el amor. Lo importante es reaccionar a las dificultades con amor, como hizo María.

¡Que seamos luz para el mundo!

Pumo. 

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